Maravillosa Naturaleza Mamífera

Fue en un  fin de semana cuando  la naturaleza nos regaló una de las estampas más hermosas de la vida. Pretendía desconectar del día a día laboral, pero es tanto el amor que tengo a  mi trabajo como  asesora de lactancia que el destino me ofreció ver esa imagen tierna y amorosa reconectándome de nuevo rodeada de mi familia. Con ganas de recordaros que somos mamíferos.

Somos mamíferos

Son tantas y tantas veces lo que nos recuerdo que somos animales, y más concretamente mamíferos.

Mamíferos con dos tetas frente a otros que tienen varias ubres, con una función destacada, producir la mejor leche del mundo para los pequeños a los que damos la vida.

Puede que sólo nuestra especie tenga la particularidad de tener ese cerebro que nos proporciona inteligencia y raciocinio, pero compartirnos muchas cosas con otros mamíferos. Hasta que no lo ves con tus propios ojos no das crédito, y cada vez que repites esa escena es más maravilloso.

Una tarde de verano que presagiaba tormenta. Todos en familia paseábamos por aquella preciosa vega, al lado del río y de fondo la hermosa gruta natural de La Cueva. El papi y la mami, los chicos y mi hermano con su mujer y nuestro sobrino.

Los muchachos correteaban por el camino, derrochando esa energía que les caracteriza y que parece que no tiene fin.

El más pequeño no se dio cuenta de lo que acontecía, apenas tiene dos meses, pero fácilmente podría ser uno de aquellos corderitos de color nieve que brincaban alegremente cerca de sus madres.

Mis hijos se quedaron encantados ante la sorpresa, y asombrados al descubrir que tanto bebés como corderitos no éramos tan diferentes unos de otros.

En un solar verde, vallado, al pie del camino, una multitud de ovejas descansaban y comían mientras los corderitos jugaban y de vez en cuando se acercaban a mamar de sus ubres. Hermosa escena bucólica.

Iban y venían entre todas, igual mamaban de una que de otra.

La leche materna tiene esa particularidad, se adapta a las necesidades de cada bebé, y es específica para cada especie. Los corderitos estaban mamando la mejor leche del mundo para ellos, igual que ellos la habían tomado de mí.

Alguna de esas ovejas me llamó la atención, porque su pequeño tenía algo peculiar entre sus piernas. Sí, era el cordón umbilical.

Apenas unas horas que había nacido, sus patitas estaban aun débiles, pero sabía donde estaba lo más rico, entre las patas traseras de su mamá.

Otros corderitos eran ya más grandes, saltaban casi como las cabritas, era sorprendente. Parecía que estaba viendo Heidi y las “chivitas”.

De repente uno se acercó a una de las ovejas, posiblemente su mami, y empujones apartó sus piernas para prenderse a la teta. La imagen era la de uno de nuestros bebés tironeando del pezón, con esa impulsividad que derrochan.

Estaba buscando leche fácil y estaba claro que estaba llamándola con aquellos acercamientos que parecían hasta violentos. Saben lo que hacer para eyectar la leche. Igual que nuestros bebés.

Nuestros bebés son a veces más sutiles y juguetean con los pezones, si les quedan libres, y sintonizan un poco “Radio Teta”. Es sólo para que la leche salga más rápido. Los míos esto no lo hacían mucho, porque cuando venían a mamar, venían a dúo.

Al poco tiempo, estando yo haciendo fotos como una loca, con una emoción tremenda en el alma y mi cuñada lactante al lado maravillada, se acercó el pastor con una oveja y algo entre las manos colgando. Era un corderito recién nacido. Estaba manchado aún, con el cordón colgando.

La madre entró en el solar, con los restos de la placenta colgando entre las piernas. Digo esto porque le colgaba el otro cabo del cordón. Igual luego lo alumbraba todo allí, o ya se la había comido. Esta duda me quedó.

En el mundo animal las placentas alumbradas sirven de propio alimento a la madre por sus grandes beneficios postparto. Esta práctica es muy habitual entre los mamíferos, se llama placentofagia y aunque los hombres no solemos hacerlo, en algunas culturas está muy extendido.

Fue entrar la mamá con el corderito que llevaba el pastor, dejarlo entre la hierva y acercarse todas las ovejas, como si fueran a recibirla. La oveja se quedó allí, se acercó enseguida a su corderito y empezó a lamerle.

Una escena que habíamos visto en los documentales, pero no en la vida real, tan de cerca. El corderito aún no se sostenía por completo, y se acercaba a su objetivo intentando hacer eso, un afianzamiento espontáneo en toda regla.

Los pelos como escarpias de la imagen que estaba ante mí, y mis hijos delante presenciando algo tan hermoso y natural. Aquello fue como un regalo a un verano de sacrificios. Me alegro de haber tenido esa suerte. Me quedé con las ganas de hacer más fotos, pero la ovejita es como nosotras, porque me veía y se retiraba.

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